¿Quién dijo que la ternura es color rosa?
Sobre el corazón: avivado y de un carmesí latente.
Hola! ¿Cómo están, queridísimos? Espero que muy bien, porque hoy traigo a nuestro pequeño gran espacio de encuentro, a la ternura. Para que nos sumerjamos en ella, en esas aguas dulces y calmas en las que el corazón sabe bracear mejor que nadie.
Solemos vivir con el pecho y el corazón rígidos, acorazados en una cajita de cristal, frágil y de un material frío y duro. Y como si fuera poco: si uno no abre las compuertas de la caja para que el órgano bombeante y rojo tome un poco de vida, con cierta regularidad, las paredes de hielo se vuelven cada vez más tenaces e inquebrantables. A veces cuesta mucho llegar al corazón. A veces pienso que debe ser por ello que hay personas tan desalmadas: su corazón comenzó a pudrirse dentro de su caja de cristal, y terminaron por perder la conexión con él; de sus pechos ahora cuelga una gran roca gris, compuesta por capas y capas de rencores y enojos. Del interior de la piedra apenas asoma algún que otro rayo tenue de luz rojiza: las últimas señales de esperanza, de que ahí muy dentro en el pecho, todavía se esconde un corazón anhelando la vida. Esperanza de que la bondad crezca en nosotros, como un gran manzano. De que cada humano riegue su cuerpo de árbol, hasta que hayamos creado un bosque, y al igual que ellos, estemos conectados desde las raíces.
Un amigo me dijo que él anhela vivir experiencias que le hagan sentir el pecho expandido. ¿Ubicás ese momento? En el que te das cuenta del peso enorme que venías cargando, solamente al despojarte de él. ¿Cómo que en realidad no es esa ansiedad constante nuestro estado natural? ¿Cómo que puedo vivir con el pecho liviano? Sin cajitas de cristal, ni capas de piedra, ni órganos putrefactos puramente funcionales a nuestro sistema.
Yo también anhelo aquel sentimiento de estar viva. Porque para mí estar viva es eso: vivir con el corazón al descubierto. No pienso vestirlo en una armadura de acero para resguardarlo de las flechas que nos tiran. Y cuando me hieran, solo podré sangrar. Pero incluso así, con el crúor tiñendo mi cuerpo color bordo, solo me sentiré cada vez más viva. Dejará marcas, pero siempre preferí las cicatrices a la piel llana de un camino no recorrido. En caso de desangrarme haré de ella vino, y brindaré. Brindaré por lo vivido.
Ante todo siempre pondré el corazón, avivado y de un carmesí latente. Eso es para mí la ternura.
Puede que mi visión parezca lejana a tu preconcepto de ternura. Quizá para vos esta pertenezca a otro campo semántico, distinto al de la sangre y las flechas, e incluso al del vino. Pero es una cuestión de los ojos que usemos para verlo. Su definición dice:
tierno, tierna
adjetivo
Dicho especialmente de un alimento: Que se deforma fácilmente por la presión y es fácil de partir o cortar.
Mi corazón es entonces, como un pedazo de carne desmechada ante la boca de este mundo impetuoso y hambriento. A cada mordisco mi corazón puede estallar, chorreando grasa por doquier.
Mientras escribo, recuerdo un poema que escribí hace un tiempo. Sus versos me desafían:
“anhelo encontrarme a solas con el filo del cuchillo
para darme cuenta que no le temo a la muerte,
sino a estar vivo.”
Pienso, la ternura es de carácter receptivo, pero es un receptivo sumamente activo; quiero decir que, es una decisión. Yo elijo entregarme a la vida con el pecho al descubierto. Deseo vivir desde la ternura, ponerme los anteojos de la compasión para ver la vida que me rodea con amor, aunque esto suponga encontrarme cara a cara con el filo del cuchillo.
¿Quién dijo que la ternura es color rosa? Yo solo sé cómo se ve en mis manos. Y tiene más de un color. Las flores son tiernas, para mí también lo es la presión de los dientes al morder. Lo tierno no se limita a lo naíf, es mucho más amplio que eso. Creo que es más bien una cuestión de calidez. Y lo cálido aparece cuando prestás atención. Una mirada sostenida en un beso es tierna, un regalo es tierno, un abrazo, una caricia, una palabra de afecto. Todas significan lo mismo en el fondo, hasta puedo oírlas decir: “te veo, te estoy prestando atención. Hay valor en vos, está ahí, justo ahí dentro tuyo, no lo ves?”
Quizás, la ternura es elegir sembrar la semilla de la bondad en mí y en los demás. Regar el mundo que me habita, dentro y fuera de mí, con una mirada amable, una mirada atenta. Y desde ese amor enorme, prestar al afuera una escucha verdadera. Esa que solo el corazón sabe dar.
Tu vida es el cúmulo de tus elecciones, y yo deseo que la mía sea un collage de las personas, lugares y experiencias que me permiten ser vulnerable. Aquellos que diariamente ven brotar de mi cuerpo de árbol mi corazón expuesto a la intemperie como una gran manzana roja. Que podrían aprovecharse de su entrega, podrían devorarla hasta deshacerla, pero elijen no hacerlo.
Porque la única forma de vivir en expansión es amar con el corazón abierto. Pero esa transparencia del cuarto chakra también implica un riesgo: enseñarle al otro el lugar exacto y el pulso de la roca brillante que llevamos incrustada en el pecho. Es darle al otro la posibilidad, de atravesarte el corazón con una flecha.
Marina Abramović & Ulay – Rest Energy, 1980
Sobre esta performance, Marina dijo: "Sosteníamos una flecha sobre el peso de nuestros cuerpos; la flecha apuntaba a mi corazón. Teníamos dos pequeños micrófonos en el corazón donde podíamos escuchar sus latidos. A medida que avanzaba la actuación, los latidos se volvían cada vez más intensos. (…) Así que fue realmente una actuación de confianza total y absoluta."
Por si se les antoja leer un poema crudo y sangrante inspirado en esta performance, les dejo acá abajo mi poema “Primer amor/primer crimen.”
Hoy elijo decir que sí: vivo con un par de cicatrices en el lado izquierdo del pecho, y a veces aún temo, pero me niego a que el dolor vuelva mi corazón rígido. Porque, si no me abro a que la vida me inunde con todos sus colores, ¿en verdad puedo decir que estoy viva?
Volver al sur, a los hogares donde crecieron mis padres, es una de las cosas que enternecen a mi corazón.
Fue este verano cuando viajé a pasar las fiestas con mi familia que escribí mi primer relato en mucho tiempo. Es un pequeño retrato de mis abuelos maternos y su casa, allá en Chubut. Sí, es autobiográfico. No hay mucho que explicar, creo que lo hermoso está en su absoluta simpleza: en el amor detrás de las palabras sabias de mi abuelo cuando habla de la muerte, o cuando me recuerda que más allá de cualquier distancia, no existe separación si el corazón recuerda a sus queridos y late por ellos; del compañerismo con mi abuela, tan dulce como los caprichos que consiente.
Fue este relato lo que me trajo el tema de la entrega, y aunque en la historia no se lo menciona en ningún momento, está siempre presente. La ternura es así, pocas veces se la nombra, pero nos habita constantemente. Es una forma de ver la vida, unos anteojos que puedo elegir.
Y si todavía no lo hicieron, es momento de que se pongan los anteojos de la ternura para leer. Les advierto, está basado en un caso real.
Mis abuelos y yo en mi casa de la infancia en Buenos Aires.
La casa de mis abuelos
Vuelvo a la ciudad en la que crecieron mis padres, en la que jamás viví, pero donde una parte mía pasó sus días, como un pequeño óvulo dentro de los ovarios de mi madre, desde que ella estaba en la panza de mi abuela. Mi abuelo es quien maneja el auto. Son las ocho y cuarto de la mañana, apenas dormí un poco en el avión, pero no estoy cansada. Miro la extensa tierra que se abre a nuestro paso por la Ruta 3, la que nos lleva del aeropuerto a la ciudad de Trelew. Viajamos con las ventanas abiertas todo el camino. Saco la cabeza y un poco el pecho por la ventana del acompañante. Normalmente, cuando viajo tengo que conformarme con observar la vida que pasa a través de un vidrio para no molestar al conductor, pero con mi abuelo es distinto: a él le gusta viajar con las ventanas abiertas. Siempre me cuenta que cuando era joven tenía una moto y le encantaba ir ligero, solo con sus anteojos de sol, sintiendo el viento en la cara.
Es diciembre y el calor gotea por los espejitos, hace más calor de lo habitual. Mi abuelo me dice que traje la humedad de Buenos Aires. Le digo que sí, que viajó conmigo en el asiento de al lado; mientras, me entretengo observando la tierra que dejamos atrás y el paso del auto grisáceo sobre el asfalto. Le pregunto si se acuerda de su auto descapotable, el que tenía cuando yo era chica. Yo todavía me acuerdo.
—¡Mirá vos! ¡Te acordás de ese autito! —dice él sorprendido. —Un Peugeot 504 que se podía abrir el techo. ¡Siempre querías viajar asomada en el techo! Capaz de ahí te quedó ese gusto por asomarte por la ventana del auto.
—Yo creo que debe venir de ahí, abu. Porque me acuerdo clarito. No sé ni cuántos años tendría ¿cuatro? ¿cinco? Pero me acuerdo de sacar la lengua como un perrito… ¡y el pelo volando descontrolado, igual que ahora! —grito mientras me asomo por la ventana del auto y revoleo mi cabello solo para despeinarlo aún más.
—¡Y viene de familia! Antes, cuando tu mamá era chiquita, teníamos un Citroen con un techo de lona que se podía sacar todo hacia atrás, y ella se paraba ahí, en el asiento del acompañante, y se asomaba —dice mi abuelo sonriente mientras me hace una caricia. —Y a tu bisabuelo, que andaba siempre del campo a la ciudad a caballo, le encantaba sentir el aire en su cara.
—Sí, debe venir de ahí.
Mi abuelo me ve y se ríe.
—Como ves, éramos y somos, ¿Cómo se diría? —me pregunta Juan. —¿Cara al viento? ¿Caravento?
Sí, asiento risueña.
—¡Cara al viento! —exclamo mientras el viento seco se alborota contra mi cara y estira la piel dejándome pintada una sonrisa. Me busco en el espejito del auto, y noto como mi pelo se transformó en una maraña colosal. Ni siquiera intento arreglar aquel desastre, basta con ver mi sonrisa para recordarlo: las mejores cosas de la vida te despeinan.
Vamos hablando todo el camino. Mi abuelo me dice que está tranquilo, y que no le teme a la muerte, que mientras no sea dolorosa o sufrida no es algo malo, que no nos pongamos tristes porque un viejo muere; el viejo ya ha vivido mucho, dice. Escucharlo hablar de la muerte me da paz, se pone de ejemplo a él porque es más fácil, es lo ideal, que los jóvenes vean partir a los grandes, y no al revés. Pero la vida no es lo que uno quisiera. Es lo que es. A mi tampoco me da miedo la muerte. Pienso que cuando me atrape, me llevará a un campo de infinita paz, y que al final, lo que voy a extrañar son todas esas cosas humanas con las que me peleo. Las rabietas, el enojo, la tristeza… lo mundano. Tener un cuerpo, por ejemplo. Sí, este cuerpo mío al que intenté desarmar pedacito por pedacito; a este cuerpo mío, tal y cómo es, lo voy a extrañar. Me doy cuenta que también voy a extrañar el placer de comer, y que cuando esa luz blanca e infinita me absorba, elevándome sobre el umbral de la vida y la muerte, me arrepentiría de no haberlo disfrutado en vida. Mi abuelo señala el dinosaurio de Trelew, y vuelvo a la realidad, ahora observo aquella estatua olvidada que había sido furor unos años atrás. Mi abuelo habla y lo rodea un océano de gigantesca paz. Si tuviera que describirlo en una palabra sería esa: paz. Entonces pienso que si mi abuelo pasa enojos, tristezas, rabietas y todas esas cosas humanas, e igualmente lo relaciono a ella, podría ser igual de bondadosa conmigo y elegirla cuando me toca hablar de mí.
La casa de mis abuelos es acogedora y hogareña, entre sus paredes rosa crema mi abuela esperaba por mí. Al llegar, bajé la valija, el bolso, y corrí rápido a abrazarla. Ella me dio un beso fuerte y me apretó en un abrazo largo.
—Te extrañé, abu —le dije.
Volver a aquella casa siempre me tiñe de colores cálidos. Una vez acomodadas mis cosas nos sentamos en la mesa a mirarnos a la cara: mis abuelos, el desayuno que prepararon para recibirme, el calor de Buenos Aires que traje al sur, mis mejillas rosadas como las paredes de la casa, y yo.
—Te compré unos brownies, Camilita. —dice Mirta.
Mi abuela sabe que acá a la vuelta venden unas delicias, cuadraditos dulces de lo que se te antoje, patisserie, rolls, alfajores, y todo aquello de lo que podría comer sin parar. Mi abuela, cada vez que vuelvo a su casa a visitarlos, me recibe con un brownie.
En el barrio de mis abuelos las horas pasan lento, tranquilas. A la hora de la siesta voy al patio de la casa, y me recuesto en la reposera azul. Leo un libro: una guía para artistas; otro poco descanso mirando el cielo y permito que mis ojos se aclaren con aquel celeste. Atiendo una llamada, una noticia me tiñe de nube gris. No puedo meter bocado en el cuento. Me cae una lágrima mientras escucho. No me gusta discutir, así que no digo nada. Lloro del otro lado del celular, en el altavoz. La abuela salió a descolgar la ropa y vio mis lágrimas azulinas como la silla, me preguntó qué había pasado. Me reí de mí misma y de mi lloriqueo y contesté con un, solo estoy sensible.
—Claro, vos sos muy sensible, Camilita mi dulce. ¿Sabes lo qué podemos hacer? Podemos tomar un cappuccino y te compro algo rico de acá a la vuelta, o nos acostamos en la pieza arriba y nos tapamos, nos tapamos, y hacemos casita. —Me dice la abuela, mientras deja la palangana al lado de las flores y la ropa en el tender. Enseguida subimos a la habitación de mi abuela, y a la cama grande donde solo ella duerme. Nos tiramos una al lado de la otra, viéndonos a los ojos.
—¡Tirate, Camilita, acostate!!! —me dice.
Mi abuela me hace reír mucho. Ella me seca las lágrimas y me da un beso largo y pausado en el medio de la frente.
—Nosotras somos así, Camilita. Lloramos y reímos; reímos y lloramos.
Mis abuelos, mi hermanito Ciro y yo veraneando en la playa de Puerto Madryn.
Estoy dando baby-steps (pasitos de bebé) en cuanto al género narrativo, así que ¡¡¡take it easy!!! Ustedes saben, yo soy y seré siempre una gorda poeta, y este fue el primer relato que escribí, ya les iré compartiendo más :)))) No es nada fuera de lo común, pero es tierno. Como ya dije, es una mirada atenta: un retrato de mi abuelo, el sabio; y de mi abuela, mi dulce abuela.
Hace unos días fue el cumpleaños de mi abuelo Juan, de quien trata la historia. Él es pisciano como yo, y es una persona maravillosa. Le escribí deseándole un gran día y esta fue su respuesta:
Hola Camilín... gracias...siii.. siento realmente ser parte de algo maravilloso, EL UNIVERSO... es...increíble esta convivencia, armonía , y desarmonía, equilibrio, de todo, estrellas, planetas, seres vivos, materia, colores, UN TODO.
Gracias por todo... gracias por ser parte de mi familia...gracias por elegirnos.
Mi abuelo Juan y yo en la cordillera patagónica, siendo uno con la naturaleza que nos rodea y habita.
¿Cómo no sentir una admiración enorme? ¿Qué hacer con tanto amor si no es escribir sobre ello? Todavía estoy aprendiendo a vivir, pero tengo grandes ejemplos a seguir. Saber que soy amante y fundamentalista del mar y la naturaleza al igual que mi abuelo, y que soy tan artista como mi abuela, me hace sentir que estoy eligiendo un buen camino.
Mientras, seguiré con mis lentes de sol en forma de corazón, eligiendo a la ternura. Seguiré escribiendo, y seguiré compartiéndolo con ustedes en este pequeño gran lugar de encuentro. Así que, citando a Lana del Rey:
Baby, put on heart shaped sunglasses
'Cause we gonna take a ride
Mi amiga Stekito y yo, en mi cumpleaños número diecinueve, con nuestros anteojos acorazonados.
Gracias por leer, y por llegar hasta acá.
Nos vemos el próximo jueves, lo prometo. Esta entrega fue quincenal, espero sepan entender: a veces la vida nos excede, y estas semanas fueron de poca escritura, y mucha vida.
Y a todos aquellos que se tomaron el tiempo para hacerme un comentario o escribirme algo lindo sobre la anterior entrega, gracias, de corazón. Mantendremos vivo este espacio, y lo haremos crecer juntos.
Con todo mi cariño,
Cami ♡